jueves, 2 de octubre de 2014

SIRENA


Cuando decidió volver a la mar no lo dudo ni un instante, a pesar de saber que sus posibilidades eran casi nulas, su vocación marinera y el amor casi irracional por aquella embarcación le hicieron olvidar los naufragios anteriores y un alboroto de niño grande le hizo florecer las ganas marchitas de vientos tempestuosos.

De nada sirvieron los avisos conque las dolencias crónicas de sus fracasos trataron de alertarle el alma, ni el reuma en sus dedos de acariciar, ni la migraña de sus pensamientos malos, ni la cojera en su pierna de levantarse con el pie derecho, ni siquiera sus tímpanos desgarrados por melodías de viajes anteriores y que le daban esa apariencia de sonrisa perpetua que solo llevan los sordos clase "A" pudieron con las ansias tercas que siempre visten a lo imposible.

Su bote seguía siendo marinero, aun cuando los años le habían brotado tantos achaques que ya se iban pareciendo.

Las miles de rémoras que poblaban su casco compensaban su edad, cargadas de  una sabiduría adquirida por el roce de las olas eternas de pensamientos felices que los ahogados de amor ya no necesitaban servían brújula en caso de apuros en noches nubladas.

Por eso, cuando el día de la partida sintió bajo sus pies la vibración que la algarabía de la aventura siempre provoca enterró en la arena sus últimos miedos y con la certeza de que este seria un viaje sin retorno se fue feliz a buscar los cantos de la sirena de su vida.

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